El camino de Iker Muniain: su historia en Bilbao, el rechazo de River y su revolución en San Lorenzo
Talento precoz, el vasco desterró la comparación con Bart Simpson y se convirtió en una leyenda de Athletic Club. “Estaba enamorado del juego como divertimento y como profesión”, resumió Marcelo Bielsa.

El afamado goleador húngaro Ladislao Kubala, insignia de Barcelona a mediados del siglo XX, percibió -con certeza- el pulso de una ciudad: “Bilbao huele a fútbol”. La pintura está vigente. Athletic Club continúa siendo lo que siempre ha sido y nunca dejará de ser: una identidad que canoniza sus raíces (solo juegan bajo su escudo futbolistas formados en la cantera vasca) e ignora el proceso de “desterritorialización” de los colores que destaca Roberto Parrotino en Cenital. “Porque naciste del pueblo, el pueblo te ama”, sintetiza el himno rojiblanco. Dentro de esa comunidad orgullosa creció Iker Muniain: trabajó, sufrió y se consagró. Llegó el éxito. Y, luego, aterrizó en Boedo.
Muniain siempre corrió detrás de una pelota. De niño, fantaseaba con canchas verdes donde los arquitectos levantaban edificios. “Estábamos todo el día con el balón. No necesitábamos otra cosa para ser felices”, recordó en el libro “Iker Muniain: Un balón, un escudo, una vida”, de Patxi Xabier Fernández. El fútbol fue su primer amigo. “Pesaba lo que no estaba escrito”, rememoró acerca de sus primeras patadas, con las que consiguió que su juguete favorito le obedeciera. Pronto, se convirtió en una sensación en la escuela primaria (se jacta de haber aprobado todo al primer intento, aunque reconoce que en una ocasión lo “pillaron copiando en un examen”) y, cuando apenas iba a segundo año, fue reclutado por Iñigo Perez, alumno de sexto, para un partido entre las comisiones A y B.
Al igual que enero precede a febrero, los adolescentes destacados de la Txantrea, barrio situado al norte de Pamplona, emprenden un recorrido de 155 kilómetros hacia Bilbao. No obstante, su viaje fue extraordinariamente veloz. “Desde un principio se esperó una progresión rápida, pero las previsiones saltaron por los aires”, reveló Jon Aspiazu, testimonio de su evolución. Sin embargo, con 11 años, Muniain solo participaba en competencias regionales. Tiempo después, encargados del club le confesaron a la familia que tenían miedo de que ojeadores de grandes peces lo descubrieran.
Puertas adentro, el rubiecito de ágil cintura maravilló a Joaquín Caparrós: “Ví que era talento puro y decidí llevarlo a la pretemporada siendo un niño de 14 años”, recordó el director técnico que lo ascendió a la plantilla principal de Lezama. Sin escalas, rubricó su vínculo con la entidad bilbaína, se sumergió en un mar de primeras veces y obnubiló a sus ídolos del plantel. “Cuando cogía el balón, no había forma de quitárselo”, retrató el mediocampista Javi Martínez. “¿Nervios? ¿Por qué? Si es lo que llevo haciendo toda mi vida”, le contestó el pamplonés a su amigo y excompañero Pablo Coscolín tras su debut profesional, en la derrota 0-1 ante Young Boys en 2009, cuando había vivido 16 vueltas al sol. Una semana después, marcó el 1-2 en Suiza, útil para la clasificación de su equipo en la fase previa de la Europa League, y “sintió algo mágico”: el sabor de su primer gol.
El adolescente destacado entre adultos fue la nueva sensación, la nueva revolución, fue un salto, fue un frenesí. Aún menor de edad, desterró a su Bart Simpson interno, despertado por la prematura fama, según reveló Coscolín: “Cuando comenzó a convivir con los mayores de la plantilla, se volvió un poco ‘chulete’ con nosotros. Afortunadamente, enseguida volvió a ser él”. Desde entonces, emergió un líder que jamás perdió sus verbos sinceros. “He hecho miles de viajes muchos más largos en autocar cuando estaba en divisiones formativas”, disparó en marzo de 2011, luego de recorrer 455 kilómetros en colectivo hasta Getafe. “¿Cómo quieres que la gente no me diga nada si he fallado seis balones seguidos? La afición es como los padres, te echan la bronca, porque te quieren”, reflexionó en tiempos de murmullos en La Catedral.
El argentino Marcelo Bielsa sucedió a Caparrós en la temporada 2011 y, en los primeros meses de 2012, San Mamés coreaba al unísono que “a lo Loco se vive mejor”. El ciclo del rosarino se agotó rápido en la siguiente campaña, mas 25 palabras le bastaron para elaborar la definición que debiera tener Muniain en Wikipedia: “Tenía un punto de ingenuidad, de transparencia. El fútbol no lo había maleado. Era espontáneo. Estaba enamorado del juego como divertimento y como profesión”.
Iker Muniain: ganar y perder con grandeza
En la pierna derecha del europeo vive un león con dos cicatrices en sus ojos, una por cada lesión ligamentaria de rodilla (en abril de 2015 se lastimó la izquierda; en septiembre de 2017, la derecha). La segunda fue más angustiante. Repetir -conocer- el proceso implicó cambiar la pelota de fútbol por la medicinal. No obstante, prometió volver a “rugir” en sus redes sociales (solo él las istra, para que “las palabras que escribo salgan de mí”) y vaticinó: “Se viene el Muniain 3.0. Más rápido, más alto y más fuerte”.
Muniain aplaude. Aplaude y entiende. Aplaude, entiende y sufre. Su mirada preferiría ser ciega: Asier Illarramendi, capitán de Real Sociedad, histórico clásico del Athletic, levanta la Copa del Rey 2019-2020. Si Bielsa enseña que el fracaso es formativo, el vasco predica que “dar la cara en la derrota engrandece”. Una quincena después, Barcelona goleó a los rojiblancos por 4-0 y se llevó la edición 2020-2021 (ambas definiciones fueron disputadas en abril de 2021 por aplazos derivados de la pandemia).
El 21 de noviembre de 2018 el txantrearra firmó su quinto contrato con Athletic Club, esta vez, sin una cláusula de rescisión. Fue un compromiso de fidelidad ante los hinchas, heridos por las salidas de Martínez (Bayern Múnich) y de Ander Herrera (Manchester United). “San Mamés es mi lugar en el mundo. Este club es todo para mí. Deseo lograr cosas grandes o morir en el intento”, prometió al momento de la rúbrica. Finalmente, cumplió con su afán. Athletic de Bilbao venció por penales a Mallorca y celebró la Copa del Rey 2024, la primera en cuatro décadas para la segunda institución que más ganó el certamen (24), detrás de Barcelona (32). En la celebración, el capitán saltó, lloró e inmortalizó que “no hace falta ganar para presumir de esta filosofía única”.
El poeta Joaquín Sabina, reconocido hincha de Atlético de Madrid, canta que “si es amor, no tendrá final. Y si lo tiene, no será feliz”. Quizás por eso, Muniain, comprobado irador de su compatriota, evaluó el riesgo de lastimarse y se despidió: “Has sido lo mejor de mi vida, pero ahora, mi amor, ha llegado el momento de separarnos”. A la postre, Omar Rodríguez, reveló que rechazó propuestas de Arabia Saudita y de Estados Unidos. El corazón de su cliente latía por jugar en River Plate (de peluca y lentes, se infiltró en la popular Millonaria del Santiago Bernabéu en la victoria ante Boca por la final de la Copa Libertadores 2018, pese a enfrentar al Girona al día siguiente), aunque la dirigencia de Nuñez fue contundente: “Traemos a los jugadores que el técnico nos pide, no a los que quieren venir”.
Muniain, el vasco de Boedo
Autor de la frase “el fútbol sin aficionados no tiene sentido”, Muniain rápidamente encontró en Boedo una conexión con sus antepasados: el refugio que cobijó a los vascos Ángel Zubieta e Isidro Lángara, ambos exiliados de la Guerra Civil Española (1936). Con 31 años, desafió la hoja de ruta de sus colegas europeos, que rara vez migran del Viejo Continente a la pobre Sudamérica, y eligió una iglesia en crisis de fe. “Tomé una decisión que me llena”, argumentó. Llena el alma. Ni siquiera pensó en los bolsillos.
En Buenos Aires, Muniain hizo su metamorfosis: cambió la melena de león por plumas de cuervo. Luego de un 2024 turbulento y de un desgarro que lo privó de jugar los primeros siete partidos del Torneo Apertura, regresó como un símbolo de esperanza. En un abrir y cerrar de ojos, la estrella extranjera se convirtió en el guía de una religión que canta por gitanas hermosas y jura fidelidad a un sentimiento que es Santo y se llama Lorenzo. En fin, el club del Papa Francisco encontró un pastor con olor a oveja.
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